lunes, 12 de marzo de 2012

El cine Europeo de los años 50 y 60


La Segunda Guerra Mundial supone una brecha en la continuidad de la historia del cine. Las industrias cinematográficas se reconvierten prácticamente para apoyar la causa de su país en la guerra. Por un lado, aumenta la producción de documentales y cine informativo propagandístico, especialmente en el bando alemán, pero por otro lado, las historias de ficción también se convierten en vehículos de transmisión de las ideas que cada país defendía. Incluso en los países neutrales durante el conflicto, la tendencia germanófila o aliadófila deja sentirse en la producción de películas.

Terminada la contienda, poco a poco Europa se reconstruye, y también sus respectivas industrias culturales. No obstante, la posguerra se dejará sentir en la forma de hacer películas.

El cine europeo pasa por una situación de necesario proteccionismo por parte de los gobiernos de cada país, con el fin de poder establecer unos márgenes que permitan desenvolverse en el propio mercado ante la presencia del cine estadounidense. Es una década de transición en la que directores muy jóvenes, en su mayoría surgidos del campo de la crítica cinematográfica, desean hacer frente al cine convencional y clásico. Para eso a lo largo de la década reclaman libertad de acción y de creación con la finalidad de conseguir ayudas para financiar sus proyectos, y darán origen a unos movimientos con proyección cultural y política que fueron conocidos como la "nouvelle vague" (Francia), el "free cinema" (Reino Unido) y el "Nuevo cine alemán", entre otros, y siempre en conexión directa con lo que acontecía en diversos países americanos.

En Francia, junto con una producción en la que intervienen los directores como Jean Renoir (La carroza de oro, 1952), René Clair (La belleza del diablo, 1950) se encuentran excepciones como la de René Clément, con su singular Juegos prohibidos (1952), Henry-George Clouzot con la sorprendente producción El salario del miedo (1956), la originalidad y trascendencia de trabajo de Jacques Tati, maestro del humor inteligente y crítico como lo demostró en La vacaciones de Monsieur Hulot (1951) y Mi tío (1958), el singular trabajo de Robert Bresson que busca una ruptura en las formas a través de Diario de un cura rural (1950) y Un condenado a muerte se ha escapado (1956). La "nouvelle vague" marcará los nuevos itinerarios para el cine posterior.

El cine italiano se sostiene a partir de las películas que firman directores como Luchino Visconti que tras Bellísima (1951) y Senso (1954), abordará un cine espectáculo combinado con la reflexión social e histórica (Rocco y sus hermanos, 1960; El gatopardo, 1963; La caída de los dioses, 1969; Muerte en Venecia, 1971).

A Roberto Rosellini le interesan los problemas humanos que aborda con diverso interés en Europa 51 (1951) y, especialmente, Te querré siempre (1953). Michelangelo Antonioni profundiza en la incomunicación a través de su trilogía La aventura (1959), La noche (1960) y El eclipse (1962). Sorprende por la proyección de su obra Federico Fellini, que también vive su momento más intenso y representativo de su carrera con filmes tan completos como La strada (1954), Las noches de Cabiria (1956), La dolce vita (1958), Ocho y medio (1962) y Amarcord (1973), recibiendo varios Oscar de la Academia. En los sesenta también Pier Paolo Pasolini propone alternativas, para muchos radicales, como las de El evangelio según San Mateo (1964) o Teorema
(1968).

El cine británico mantiene vivas las líneas creativas de los cuarenta, más arropadas por la ayuda del gobierno. La comedia de los Estudios Ealing y las adaptaciones shakesperianas de Laurence Olivier convivieron con producciones bélicas y numerosas adaptaciones teatrales que habían sido éxito en el West End londinense. En estos años las películas de David Lean evolucionaban entre la sencillez de El déspota (1953) y la superproducción El puente sobre el río Kwai (1957) y Lawrence de Arabia (1962). La productora Hammer vivirá su mejor momento industrial y artístico
al abordar películas de ciencia-ficción como El experimento del doctor Quatermass (1955) de Val Guest, y especialmente, Historia de terror, en las que rescata los personajes clásicos que hiciera famosos la Universal, sólo con la diferencia que estas producciones ya eran en color. Así surgieron La maldición de Frankenstein (1957) y Drácula (1958), dirigidas por Terence Fisher e interpretadas por Peter Cushing y Christopher Lee, producciones que alcanzaron un notable éxito internacional.

El cine nórdico continuó ofreciendo excelentes trabajos, como el del maestro Carl Theodor Dreyer que dirigió La palabra (1955), una obra completa en su fondo y forma. No obstante, a partir de esta década el nombre que recordará la existencia del cine en estos países será el de Ingmar Bergman, director sueco que sorprende al mundo con una película cargada de emoción, sentimiento, tragedia y humanidad. A partir de El séptimo sello (1956) es descubierto en muchos países en los que comienzan a revisar su obra anterior al tiempo que continúan su trayectoria con otros filmes tan sorprendentes como Fresas salvajes (1956) y el manantial de la doncella (1959).

Escrito por: Iván Torres Pedraza

BIBLIOGRÁFIA:
http://recursos.cnice.mec.es/media/cine/bloque1/pag11.html

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